Tipología del cuento
Nombre
estudiante: _________________________________Fecha: ________
Pregunta
problematizadora:
¿Cómo
fortalecer la comprensión lectora entendiendo los componentes de un cuento? |
Competencias: Interpretativa – argumentativa – propositiva.
Metodología remota:
Educación a distancia para la Autoformación Estudiantil con
acompañamiento de los padres en el desarrollo de la guía de aprendizaje.
Acompañamiento
en el aula del docente.
Estándar:
Comprendo e interpreto textos con actitud crítica y capacidad argumentativa..
DBA:
Comprende
diversos tipos de texto, asumiendo una actitud crítica y argumentando sus
puntos de vista frente a lo leído.
Eje
temático:
Elementos que componen el cuento. Desempeños: Ø Identifique las
partes del cuento. Ø Interpreto la intencionalidad
del texto. Ø Comprendo lo que leo Ø Produzca un cuento
inédito. |
MOMENTO
1: Exploración
1.1 Actividades de
preparación para el aprendizaje
1.1.1
Motivación
Observe el siguiente vídeo
1.1.2
Reconocimiento de saberes previos(consigna en tu cuaderno)
Partiendo de sus conocimientos
previos y lo expuesto en el video anterior responda:
Ø ¿ entiendes lo que lees, argumenta?
Ø ¿Conoces al escritor Jorge Luis Borges, en qué contexto?
Ø ¿Cómo se escribe un cuento?
1.1.3 Relaciones con el nuevo aprendizaje
Investiga y consigan en tu
cuaderno:
Ø ¿qué es el cuento?
Ø ¿quién es Jorge Luis Borge?
Ø ¿cómo era el estilo de Jorge Luis Borges?
Ø ¿qué es una cinta de moebius?
ACTIVIDAD
1
Consulta
qué es un mapa mental y elabora uno sobre la tipología del cuento.
MOMENTO
2: Estructuración del conocimiento.
2.1
Conceptualización
2.1. CONCEPTUALIZACIÓN
¿Qué es un cuento?
El cuento es género literario narrativo. Según Edgar Allan
Poe, esta emparentado con la poesía tanto por su brevedad como por su efecto.
Incluye acción central o foco temático. Frecuentemente se ha catalogado según
las problemáticas que aborda. Puede decirse en dos grandes grupos: el cuento
PREMODERNO y el MODERNO (o literario). El primero incluye creaciones de la
tradición oral, fantasías medievales y cuentos de hadas e infantiles; el
segundo, que surge en el siglo XVIII y XIX, centra su interés en las relaciones
del ser humano con el mundo.
CUENTO PRE- MODERNO |
DE HADAS: son narraciones de
hechos que se consideran fuera de la realidad perceptible. En la historia
aparecen personajes fantásticos mayoritariamente imaginarios. Estos cuentos
se transmitieron de generación en generación gracias a la tradición oral |
Tiene una intención moralizante; su
trama suele ser simple y frecuentemente en ellos se privilegia su función
educativa. Suelen ambientarse en universos imaginarios donde también conviven
personajes fantásticos, como en los cuentos de hadas. |
Cuento moderno |
Fantástico: aunque incluye personajes propios de la fantasía como los
vampiros o los fantasmas, sirve para reflexionar sentimientos como el miedo y
el horror. Mary Shelley fue una de sus autoras más destacadas. |
Policiaco:
Aborda
el enigma y el secreto así como la posibilidad de resolver hechos que no
entendemos muy bien. Su personaje principal es un detective que descubre las
causas de hechos extraños. Suele tener un final sorpresivo y una tensión
causada por el misterio. |
Ficción especulativa: Este
tipo de narración aborda problemáticas relacionadas con misterios nuevos para
el hombre moderno que se relacionan con los hallazgos científicos como los
viajes en el tiempo, las realidades simuladas, los universos paralelos y
demás. |
PARTES DEL CUENTO
Especies narrativas del cuento
2.2 Modelación
Acción docente
2.2.1. explicación explicita
Va
a leer el cuento “ruinas circundantes” de Jorge Luis Borges, responderá a los
interrogantes y en el momento que se le presenten y consignara las respuestas
en su cuaderno.
2.2 Modelación.
Antes de leer respondo
Ø ¿Según el titulo de qué crees que va a tratar el cuento? Ø ¿hace cuanto
leíste un cuento y de qué trataba? |
Leo detenidamente el siguiente
cuento.
Las
ruinas circulares Jorge Luis Borges Nadie
lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú
sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el
hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas
aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el
idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo
cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar
(probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se
arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un
tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el
de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos,
que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los
hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto.
Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos
pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la
voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible
propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular,
río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados
y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la
medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies
descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la
región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían
su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho
sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. El propósito que lo guiaba no era
imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con
integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había
agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su
propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a
responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un
mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos
se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas
de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única
tarea de dormir y soñar. Al principio, los sueños eran caóticos; poco
después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro
de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes
de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían
a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo
precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de
magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con
entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que
redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría
en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las
respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores,
adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un
alma que mereciera participar en el universo. A las nueve o diez noches
comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que
aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a
veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de
buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco
más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no
velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto
colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno,
cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador.
No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los
condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares,
pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre,
un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la
tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado.
Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió
contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la
cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo
rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado
unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi
perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos. Comprendió que
el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen
los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los
enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una
cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso
inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había
desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo,
dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio.
Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un
trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no
reparó en los sueños.
Para
reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en
la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios,
pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi
inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso,
secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un
cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante
catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo
tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la
mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La
noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el
corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no
soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un
planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un
año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la
tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se
incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre
lo soñaba dormido. En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo
Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese
Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado.
Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le
hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y
del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez
un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la
estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro,
sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una
tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que
en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y
culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las
criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de
carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al
otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que
alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre
que soñaba, el soñado se despertó. El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un
plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo
y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto
de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño.
También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba
una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días
eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más
raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. Gradualmente, lo fue acostumbrando a la
realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día,
flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada
vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para
nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al
otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de
inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un
fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido
total de sus años de aprendizaje. Su victoria y su paz quedaron empañadas de
hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la
figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos
ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba
como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y
formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su
alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una
suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia
prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a
medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un
templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó
bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que
componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un
fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo.
Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún
modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del
sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre
le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera
confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de
aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una
noches secretas. El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo
prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota
nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que
tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que
herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias.
Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario
del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el
mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante,
pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a
coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de
fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin
calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió
que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo. |
Después de la lectura ¿Qué harías si fueras el personaje principal de
este cuento? Argumenta tu respuesta. |
Con tus propias palabras en una cuartilla
escribe un resumen del cuento e ilústralo. El mejor dibujo se exhibirá en el
blog.
Para
participar en el concurso: ilustración elaborada a partir de una o varias de las ideas
esenciales del relato. En el reverso puede describirse o argumentarse las
decisiones y motivos de la ilustración. Envía la imagen escaneada o
fotografiada al correo
MOMENTO
3: Práctica
3.1
práctica guiada
Contesta
el siguiente test.
3.2
Práctica independiente
Actividad 2
Elabora un fotodrama o un monologo sobre el cuanto ruinas
circulares de Jorge Luis Borges
MOMENTO 4.
4. TRANSFERENCIA: Aplicación del conocimiento
4.1 Creación del producto.
Ø luego de
realizar las actividades escribe un cuento, sobre lo que quieras, pero que responda
a las tipologías textuales del cuento
Ø luego de
revisado y corregido el cuento, colócale un nombre
4.2 Socialización:
Comparte
con tus compañeros tú escrito, para que te escuchen y opinen sobre él.
4.3 Aplicación del aprendizaje en
otros contextos o disciplinas.
¿Cómo aplico lo aprendido a los diferentes asignaturas como
sociales, naturales entre otras?
ejemplo.
¿para qué le sirve lo aprendido en su vida académica?
5.1 Cierre.
5.1.1 ¿Qué se logró?
5.1.2 ¿Logramos el objetivo?
5.1.3 ¿Qué dificultades tuvimos?
5.1.4 ¿Qué podríamos mejorar?
5.2
Reflexión
5.2.1 Uso de resultados de evaluación formativa
5.2.2 Reflexión docente sobre la implementación de la
planeación
5.2.3 Plan de ajustes en
la preparación de aula y clases.
https://www.geniolandia.com/13062055/los-5-pasos-clave-en-la-composicion-de-un-ensayo-argumentativo
https://aprende.colombiaaprende.edu.co/sites/default/files/naspublic/DBA_Lenguaje.pdf
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